lunes, 25 de junio de 2012



El pintor, el dragón y el titán.



Hubo una vez un pintor que en uno de sus viajes quedó tan perdido por el mundo que fue a dar
 a la guarida de un dragón. Éste, nada más verle, rugió feroz por haberle molestado en su cueva.
- ¡Nadie se atreve a entrar aquí y salir vivo!
El pintor se disculpó y trató de explicarle que se había perdido. Le aseguró que se marcharía sin
 volver a molestarle, pero el dragón seguía empeñado en aplastarle.
- Escucha dragón. No tienes por qué matarme, igual puedo servirte de ayuda.
- ¡Qué tonterías dices enano! ¿cómo podrías ayudarme tú, que eres tan débil y pequeñajo?
 ¿Sabes hacer algo, aunque sólo sea bailar? ¡ja, ja,ja,ja!
- Soy un gran pintor. Veo que tus escamas están un poco descoloridas y, ciertamente, creo
 que con una buena mano de pintura podría ayudarte a dar mucho más miedo y
 tener un aspecto mucho más moderno...
El dragón se quedó pensativo, y al poco decidió perdonar la vida al pintor si se dedicaba 
como esclavo suyo a pintarle y decorarle a su gusto.
El pintor cumplió con su papel, dejando al dragón con un aspecto increíble. Al dragón
 le gustó tanto, que a menudo le pedía al pintor nuevos cambios y retoques, al tiempo
 que le trataba mucho mejor, casi como a un amigo. Pero por mucho que el pintor se lo pidiera, no 
estaba dispuesto a dejarle libre, y le llevaba con él a todas partes.
En uno de sus viajes el pintor y el dragón llegaron a una gran montaña. Estaban recorriéndola 
cuando se dieron cuenta de que la montaña se movía... y comenzó a rugir con un ruido
 tal que dejó al dragón medio muerto de miedo. Aquella montaña era en realidad un
 gigantesco titán, que se sintió tan enfandado y ofendido por la presencia del 
dragón, que aseguró que no pararía hasta aplastarlo.
El dragón, asustado por el tamaño del titán, se disculpó y trató de explicarle que había llegado
 allí por error, pero el titán estaba decidido a acabar con él.
- Pero escucha, gran titán, soy un dragón y puedo serte muy útil- terminó diciendo.
- ¿Tú, dragón enano? ¿Ayudarme a mí? ¿Pero sabes hacer algo útil? ¡ja, ja, ja, ja!
- Soy un dragón, y echo fuego por mi boca. Podría asar tu comida y calentar tu
 cama antes de dormir...

El titán, igual que había hecho antes el dragón, aceptó la propuesta, quedándose al dragón 
como su esclavo, tratándolo como si fuera una cerilla o un mechero. Una noche, cuando
 el titán dormía, el dragón miró entristecido y avergonzado al pintor.
- Ahora que me ha ocurrido a mí, me he dado cuenta de lo que te hice... Perdóname, no
 debí abusar de mi fuerza y mi tamaño.
Y cortando sus cadenas, añadió:
- ¡Corre, escapa! El titán duerme y eres tan pequeño que
 no puede ni verte.
El pintor se sintió feliz de haber quedado libre, pero viendo que el dragón, a quien había 
tomado mucho cariño, había comprendido su injusticia, se quedó por allí cerca
 pensando un plan para liberarle.
A la mañana siguiente. Cuando el titán despertó, descubrió al dragón tumbado a su
 lado, muerto, con la cabeza cortada. Rugió y rugió y rugió furioso, pensando que
 habría sido cosa de su primo, el titán más malvado que conocía, y se marchó rápidamente
 en su busca, decidido a romperle la cabezota en mil pedazos.
Cuando se hubo marchado el titán, el pintor despertó al dragón, que aún dormía 
tranquilamente en el mismo sitio. Al despertar, el dragón encontró al otro dragón de la
 cabeza cortada, que no eran más que unas rocas que el pequeño artista había pintado para que 
parecieran un dragón muerto. Y al mirarse a sí mismo, el dragón comprobó que apenas se le
 podía ver, pues mientras dormía el pintor había decorado sus escamas de forma que
 parecía una verde pradera de flores y hierba.
Ambos huyeron tan rápido como pudieron, y el dragón, agradecido por haberle salvado, prometió
 a su amigo el pintor no volver a utilizar su fuerza y su tamaño para abusar de nadie, y que los
 utilizaría siempre para ayudar a quienes más lo necesitaran.


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