martes, 29 de octubre de 2013

SOLIDARIDAD

El Rayo de Oriente





El señor Mario trabajaba como boletero en la pequeña estación de trenes de un pueblo cercano a la ciudad de Perote, Veracruz. No había demasiados pasajeros, pero el ferrocarril servía para el transporte de mercancías de todo tipo. Como no contaba con suficiente personal él se encargaba de mantenerla limpia y arreglada. Pintaba las paredes, barnizaba las bancas y pulía los escalones de granito que llevaban a los andenes. En ellos los pasajeros abordaban los vagones del “Rayo de Oriente”, como se llamaba el ferrocarril que llegaba por ahí. Cuando éste se acercaba a la estación el señor Mario, con su impecable uniforme, salía a darle la bienvenida y saludaba con un abrazo a Don Valentín, el maquinista.

Pero en 1992 todo cambió. Los viajes del “Rayo de Oriente” se hicieron cada vez más raros y, de repente, cesaron por completo. Por una decisión del gobierno se suspendieron todos los viajes de tren a lo largo del país y las estaciones quedaron abandonadas: desde las más sencillas hasta la gran estación Buenavista en la capital de México. Los empleados fueron liquidados y la gente tuvo que usar medios de transporte distintos. Después de un siglo de historia (desde que los inauguró don Porfirio Díaz) los ferrocarriles se habían ido para siempre de México.…

La estación de don Mario corrió el mismo destino. Se vació de pasajeros y del escaso personal. En dos meses se llenó de polvo y de arañas; sobre las vías comenzaron a crecer plantas silvestres. Don Mario la visitaba y veía con tristeza su deterioro. Pero una mañana que se hallaba allí sintió en el rostro el golpe de un rayo de sol que entraba por la ventana y tuvo la corazonada de que el tren iba a regresar a la estación. Pensó que si el maquinista la hallaba en mal estado no se detendría y planeó hacerse cargo de la situación.

Todos los días llegaba en su antiguo horario y reparaba los desperfectos. La gente le decía que estaba loco, que el tren no iba a volver. “Pero qué tal si vuelve y no estamos preparados” respondía él mientras enceraba el piso. Un domingo por la tarde dormitaba en su lugar de boletero cuando escuchó la inconfundible marcha del tren sobre las vías. Se incorporó y se miró al espejo para comprobar que todos los detalles de su uniforme fueran perfectos. Cuando salió al andén vio venir al “Rayo del sur”. Don Valentín, el maquinista, se asomó por una ventanilla y le dijo “Veo que todo está en orden. ¡Ándale Mario, súbete de una vez!”. Don Mario entró a un vagón y el tren reanudó su marcha, se alejó y pronto fue sólo un punto negro en el horizonte.

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