jueves, 26 de diciembre de 2013

SOBRE LA PACIENCIA

¿El valor de la paciencia (cuento árabe)?

En una ciudad donde se enseñaban todas las ciencias vivía un joven estudiante, animado por un incesante deseo de perfección. Por el relato de un viajero, un día supo que en un lejano país existía un hombre incomparable, que poseía todas las virtudes de los siglos de los siglos. Ese hombre, a pesar de su ciencia, ejercía de herrero, como antes lo habían hecho su padre y el padre de su padre.
En cuanto oyó hablar de aquella maravilla de sabiduría, el joven cogió sus sandalias, sus bártulos y se fue. Tras meses de viaje y fatigas, llegó a la ciudad del herrero, se presentó ante él, besó los faldones de su ropa y se mantuvo en una actitud deferente. El herrero, un hombre mayor, le preguntó:
- ¿Qué deseas?
- Aprender la ciencia – contestó el joven.
Entonces el herrero le colocó entre las manos la cuerda del fuelle y le pidió que tirase de ella. El joven tiró de la cuerda hasta que se puso el sol. A la mañana siguiente hizo lo mismo, y los días que siguieron, y los meses que siguieron. Trabajó así durante un año sin que nadie le dirigiese una sola palabra.
Y pasaron cinco años. Finalmente, un día el joven que tiraba de la cuerda le dijo al herrero:
- Maestro…
En la herrería todo se detuvo. Los otros trabajadores parecían expectantes. En el silencio que siguió, el herrero le dijo al joven:
- ¿Qué quieres?
- Quiero la ciencia, maestro…
Y el herrero contestó:
- Tira de la cuerda.
Pasaron otros cinco años en aquel duro y silencioso trabajo. Nadie hablaba. Si un discípulo deseaba preguntarle algo al maestro, escribía la pregunta en un trozo de papel. El maestro, a veces, arrojaba el papel al fuego, lo que significaba que la pregunta era baladí. A veces enrollaba el papel en un pliegue de su turbante, y al día siguiente el discípulo encontraba la respuesta escrita con letras de oro en el muro de su celda.
Al cabo de diez años, el viejo herrero se acercó al tirador de cuerda y le tocó el hombro. Él que había ido para aprender la ciencia, dejó de tirar de la cuerda. Sintió una gran alegría en su interior. El viejo herrero lo abrazó y dejó que se marchase, sin decir una sola palabra. Había adquirido la mayor sabiduría que es la paciencia.
  • hace 2 años

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